Partido Revolucionario de los Trabajadores
Pereyra 69, Col. Viaducto Piedad, C.P. 68200, México, D.F.
Tel. 5590 0969
EL NUEVO ASCENSO DEL MOVIMIENTO DE MUJERES.
“Si en realidad queremos trasformar las condiciones de vida, debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres"
León Trotsky “Contra la burocracia, progresista y non progresista” (6 de agosto 1923) in Problemas de la Vida Cotidiana, .
En los últimos años, hemos notado un nuevo aumento de los movimientos feministas que en varios países han adquirido un carácter masivo y, paralelamente, una mayor participación y liderazgo de las mujeres en movimientos de protesta masivos y levantamientos populares. Desde este punto de vista, consideramos, dados los diferentes paradigmas de estas luchas de las anteriores de finales del siglo XIX y principios del siglo XX o de los años sesenta y setenta, y su desarrollo al mismo tiempo que otros procesos de movilizaciones internacionales masivas, que estamos viendo una nueva ola del movimiento de mujeres que tendrá un efecto duradero en las formas y demandas de la lucha de clases, notoriamente con la nueva herramienta de la huelga feminista de mujeres.
En 2020 la pandemia de Covid-19 creó un contexto totalmente nuevo al tiempo que puso de relieve las características esenciales de la situación. Nuestro texto del 17º Congreso Mundial subrayó el caos geopolítico general y las crisis que existen hoy. La pandemia es una ilustración llamativa de la globalización en la rápida propagación del virus en todo el mundo y del caos creado por la incapacidad de todos los gobiernos capitalistas de gestionar las crisis sanitaria, social y económica subsiguiente.
Se creó una tensión entre las urgencias de la economía y las de la salud, con el fin de confundir y engañar a buena parte de la población sobre la gravedad y profundidad de la etapa actual de esta crisis civilizatoria. En gran medida, se ha extendido la idea de que la pandemia sería la causa de la crisis económica, cuando, de hecho, el capitalismo en crisis se escondía detrás de la pandemia buscando reorganizarse. En consecuencia, las posibles medidas contra los efectos sociales de la pandemia se presentan como paréntesis que deben dar paso a las políticas "normales" lo antes posible. Esto esconde, el hecho de que la pandemia surgió en un capitalismo que no había superado en absoluto las crisis combinadas (financiera, socioeconómica, medioambiental, geopolítica) que siguen vigentes después de 2007 y 2008.
Estas crisis interrelacionadas afectan particularmente a las mujeres, esto se ve reforzado por los efectos de la pandemia, y está generando una reacción generalizada contra lo que a menudo se llama la "revolución más larga" que ha llevado al aumento de los derechos de las mujeres durante el siglo pasado.
La contradicción entre las aspiraciones de las mujeres a una vida digna de ser vivida, por un lado, y el empeoramiento de su situación real, por otro, subyace el nuevo aumento de las movilizaciones de las mujeres y explica la naturaleza integral de las plataformas que a menudo han surgido y el desarrollo de la huelga feministas y de las experiencias en los territorios y comunidades como método de acción que simboliza el rechazo del sistema en su conjunto.
La pandemia de Covid-19 es producto de la intersección de las crisis ecológica y social subyacentes: la distorsión de la relación de la sociedad humana con la naturaleza (deforestación, colapso de la biodiversidad, comercio de animales salvajes, la agricultura industrial, manipulaciones genéticas en la producción de animales y alimentos) y la incapacidad de los gobiernos capitalistas impulsados por el lucro para construir y mantener servicios de salud y otros servicios públicos eficaces. También ha sido una cruda demostración de la desigualdad mundial en el acceso a la atención sanitaria y a los recursos; por ejemplo, el 90% de las vacunas disponibles se asignaron a los países del norte.
Los gobiernos recurrieron a cierres y toques de queda represivos, que a menudo se aplicaron mientras la pandemia continuaba de manera incoherente e injustificable porque los servicios de salud habían sido recortados y no podían hacer frente a la situación. Incluso después de la primera ola no se inyectaron nuevos recursos para prepararse para la inevitable segunda (o tercera) ola. Esta situación también dio la oportunidad para que las teorías de conspiración sobre el virus manufacturado y campañas anti-vacuna comenzarán por sí mismas a convertirse en una amenaza para la salud pública de algunos países.
Las mujeres están soportando la mayor parte del costo social de la pandemia. La pandemia reveló crudamente quiénes son "trabajadores esenciales": personas necesarias para la continuación de la vida humana, como quienes trabajan en la salud y la atención médica, el personal de limpieza, trabajadores y agricultores de la producción y distribución de alimentos, el personal docente y administrativo de la educación, y en el transporte. Las mujeres también predominan en sectores diezmados por los efectos de los cierres y los toques de queda: la hostelería, el comercio y el sector informal. Todos estos sectores están muy racializados y a menudo tienen una alta proporción de trabajadores indígenas. Esta evolución también afecta fuertemente a la comunidad LGBTIQ, centrada de forma desproporcionada en sectores esenciales o precarios.
Cuando las escuelas y las guarderías están cerradas, la carga doméstica para las mujeres aumenta, a lo que se suma el estrés y la ansiedad de tratar de asegurar que lxs escolares sigan la enseñanza en línea cuando se les ofrezca, y cuenten con el equipo y las condiciones necesarias para hacerlo adecuadamente. Se ha incrementado la deserción escolar por falta de condiciones, como internet, computadoras. Las responsabilidades de las mujeres como cuidadoras de familiares enfermos y ancianos han aumentado.
La restricción de otros tipos de atención médica mientras se da prioridad a los pacientes de Covid-19 afecta a muchas personas, a quienes padecen enfermedades crónicas, pacientes de cáncer y otros que necesitan atención periódica, como los que viven con el VIH y las personas trans que necesitan medicación periódica. Las mujeres embarazadas también necesitan atención médica periódica antes, durante y después del parto. Pero afecta particularmente a las mujeres que necesitan ayuda médica inmediata para interrumpir embarazos no deseados y no planificados.
Para los cientos de millones de mujeres que se encuentran por debajo del umbral de la pobreza extrema,su dependencia desesperada de os préstamos para sobrevivir se ha agravado. De los 250 millones de clientes de microcréditos, más del 80% son mujeres muy pobres que sufren los altos tipos de interés, a menudo usurarios.
Muchos migrantes, tanto internos como internacionales, entre ellxs miles de mujeres que trabajan sobre todo como empleadas domésticas y en el sector textil, han sido expulsadxs de los lugares donde trabajaban antes de la pandemia. Emigraron en primer lugar porque no podían encontrar empleo en su país y con la contracción económica causada por la pandemia su situación se ha agudizado y se quedan, a menudo en las comunidades rurales, sin ningún medio de subsistencia.
Los encierros también planteaban una amenaza adicional para las mujeres confinadas con parejas o, integrantes de la familia que ejercen violencia y en las condiciones exacerbadas, la incidencia de la violencia doméstica aumentó de manera apreciable. En algunos países se adoptaron medidas para que las mujeres pudieran denunciar los casos de violencia y encontrar otro tipo de alojamiento, pero éstas fueron inadecuadas y de corta duración. Muchas personas LGBTIQ, especialmente jóvenes, han sido obligadas a volver a sus familias de origen, lo que a menudo ha dado lugar a la violencia y a una mayor represión contra ellas.
Si bien los gobiernos trataron de hacer frente a la pandemia esencialmente con medidas represivas y autoritarias, a nivel local, y muy a menudo por iniciativa de las mujeres, se establecieron redes de apoyo que se encargaban de tareas como la compra de artículos para los ancianos y personas vulnerables o la fabricación de mascarillas. Así como romper el aislamiento que imponen los cierres y el trabajo en casa, y proporcionar apoyo emocional cuando la gente teme que el virus los mate a ellxs o a sus seres queridxs. Las mujeres productoras rurales apoyaron la producción local y urbana de alimentos.
La crisis sanitaria pone de relieve la centralidad del trabajo de reproducción social de las mujeres y se hace eco de las demandas de revalorización de las profesiones del cuidado. También pone en primer plano la necesidad de solidaridad internacional y de justicia en el acceso a los cuidados y recursos sanitarios.
La globalización capitalista, la financiarización y la creciente internacionalización de las líneas de producción han reducido la capacidad de los gobiernos para implementar políticas económicas en interés colectivo de las clases dominantes. Los países imperialistas aún tratan de garantizar condiciones favorables para la acumulación de capital, pero el capital global opera de manera más independiente que antes. Las crisis financieras de 1997-1997 y 2007-2008 revelaron las contradicciones inherentes a la globalización capitalista con importantes consecuencias: políticas, sociales y estructurales, incluida la expansión explosiva de la deuda, y la revitalización del crimen organizado, e incluso el resurgimiento de la esclavitud humana. Los grandes bancos privados se han lanzado a la conquista de nuevos mercados y clientes llegando a cientos de millones de personas a través del microcrédito, en particular a las mujeres que no tienen cuenta bancaria.
El desempleo, el subempleo y empleo precario y una reducción masiva de los servicios básicos (vivienda, educación, bienestar, etc.), junto con las crisis en la agricultura, han tenido un impacto masivo en la capacidad de supervivencia de millones de personas.
Como resultado del crecimiento del capital globalizado y no regulado, de la corrupción e incompetencia de los gobiernos y del empobrecimiento de vastas franjas de la población, la delincuencia organizada se ha convertido en un importante agente económico y social en el escenario mundial. No se limita al contrabando y la venta de drogas, sino que se ha ampliado para incluir la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral como su segunda fuente de ingresos más importante, junto con el tráfico ilícito de armas, induciendo a miles de jóvenes a sus filas y trayendo consigo niveles inauditos de violencia a las comunidades.
Todo esto afecta particularmente a las mujeres tanto en el trabajo remunerado como no remunerado. Hay más mujeres en empleos precarios, en el sector informal o en áreas donde el desempleo se ha disparado, y la mayoría las personas traficadas son mujeres. Los recortes en los servicios aumentan la cantidad de trabajo doméstico necesario para reproducir el hogar, una cantidad desproporcionada que recae en las mujeres.
El surgimiento de las corrientes fundamentalistas de extrema derecha, autoritarias y religiosas, que a menudo están vinculadas, más no siempre son idénticas, tiene consecuencias específicas y desastrosas para las mujeres.
La renovación de la derecha radical fortalece un impulso reaccionario que apunta a socavar los derechos de las mujeres y las personas LGBTIQ; el aborto y los derechos reproductivos en general, el derecho de familia y la caza de brujas contra las personas LGBTIQ.
Mientras que algunos movimientos claramente atacan a las mujeres y a las personas LGBTIQ a menudo presentan la homosexualidad y los derechos LGBTIQ como exportaciones imperialistas, otros, con el pretexto de defender a las mujeres y a las personas LGBTIQ, se dirigen a los inmigrantes y/o a personas musulmanes, afirmando que defienden los derechos de las mujeres al prohibirles el uso de pañuelos o velos, acusándoles de violación o afirmando que el Islam está en contra de la homosexualidad. Como resultado, la extrema derecha puede experimentar tensiones entre quienes desean apelar al sexismo y el heterosexismo de su base y quienes instrumentalizan los derechos de las mujeres y LGBTIQ al servicio de la islamofobia y los prejuicios contra los inmigrantes. Sin embargo, de hecho se refuerzan mutuamente.
Los códigos legales religiosos dependen en gran medida de la unidad familiar y la segregación de los roles de género, imponen relaciones de poder opresivas en los cuerpos que ponen en peligro la vida de las mujeres. Los fundamentalistas suelen considerar prohibida la participación de las mujeres en el trabajo fuera del hogar, especialmente en las fábricas.
Otras corrientes de extrema derecha emergen como fundamentalismo religioso en todas las religiones "grandes" (o fundamentalismo "religioso nacional" como la extrema derecha sionista). Influyen en gobiernos tan importantes como Estados Unidos y Brasil y juegan un papel central en algunos países de Europa del Este. Ya sea como evangelismo o catolicismo romano, las corrientes cristianas extremistas están causando estragos en América Latina y África con políticas profundamente reaccionarias con respecto a las mujeres, en particular sobre la cuestión del aborto y el derecho a elegir, y a personas LGBTIQ, con una ideología anti-género que busca apuntalar los roles tradicionales masculinos y femeninos y atacar los derechos a personas LGB y particularmente a lxs trans. El mundo musulmán tiene una dimensión internacional particular en el fundamentalismo religioso, con movimientos "transfronterizos" como el Estado Islámico o los talibanes. Los movimientos fascistas utilizan la violencia sexual sistemática contra mujeres y menores en los territorios que controlan, principalmente en forma de violación y esclavitud sexual. Usan esto para reclutar miembros y luchar contra otros grupos.
El conservadurismo neoliberal que apunta a fortalecer a la familia patriarcal ha aumentado dramáticamente la violencia contra las mujeres. Además de la impunidad para los perpetradores, los recortes en el apoyo material a quienes experimentan esta violencia crean un ambiente social que fomenta la violencia masculina.
El desastre climático anunciado para el futuro ya está presente en muchas regiones del mundo. El cambio climático, la crisis alimentaria, la crisis del agua, el racismo ambiental, el avance de las empresas transnacionales sobre los territorios y sus recursos, extractivismo – la explotación de los recursos naturales con fines de lucro – y la "financiarización de la vida" son partes importantes de la realidad del sur global.
Los pueblos indígenas, lxs campesinxs y jóvenes están a la vanguardia de las luchas ambientales, y las mujeres desempeñan un papel de liderazgo en ellas. Esta situación es producto de su opresión específica, no de su sexo biológico, como han demostrado las ecofeministas no esencialistas. La sociedad patriarcal impone funciones sociales a las mujeres directamente vinculadas al "cuidado" y las coloca a la vanguardia de los desafíos ambientales.
Las mujeres producen la mayoría de los alimentos básicos en los países del Sur, por lo que se enfrentan directamente a los estragos del cambio climático, extractivismo y los agronegocios. Del mismo modo, asumen la mayoría de las tareas de crianza de niñxs y mantenimiento del hogar, por lo que se enfrentan directamente con los efectos de la destrucción ambiental y el envenenamiento en la salud y la educación de sus comunidades. La autoorganización de las víctimas del caos climático y su defensa son parte de la lucha climática, las mujeres en sus comunidades están en el corazón de estas movilizaciones.
Hay importantes desplazamientos de población: 250 millones de migrantes internacionales, 750 millones de migrantes internos a menudo debido a cambios económicos estructurales con importantes disparidades regionales. También hay desplazamiento permanente debido a las guerras y la violencia del crimen organizado, y ahora el cambio climático. Dos tercios de la migración internacional se producen entre países con un nivel de desarrollo comparable.
Las mujeres emigran, tanto a nivel internacional como interno, en busca de mejores condiciones de vida para ellas y sus familias, debido a la persecución política, o como consecuencia de guerras y la violencia local, o la violencia doméstica. En un contexto de crisis, la migración aumenta la opresión y repercute en la explotación de las mujeres. Sufren un empobrecimiento extremo y la pérdida de sus derechos, y se enfrentan a la discriminación de género, el racismo y la explotación. Las mujeres también sufren "nuevas" formas de trabajo casi a la par con la esclavitud: el secuestro, la prostitución y la trata.
Los países industrializados necesitan mano de obra inmigrante tanto en el sector formal como en el informal. Sin embargo, las personas inmigrantes son a menudo objeto de campañas xenófobas que las presentan como enemigas. Las leyes represivas que limitan la migración rompen las familias, ya que hacen recaer en las mujeres la responsabilidad exclusiva de su cuidado cuando los miembros masculinos emigran, o por el contrario las obligan a convertirse en trabajadoras migrantes para ganar dinero para sus familias. La cadena de migración impone una carga cada vez mayor a parientes de esas mujeres migrantes para que se ocupen de las familias que quedan en el país de origen.
El capitalismo siempre ha tenido que garantizar la reproducción de la fuerza laboral sin la cual no podría funcionar: la reproducción de la fuerza de trabajo es una parte integral del ciclo de valorización del capital.
La forma patriarcal de familia capitalista, reforzada por las nociones del "salario como sostén de la familia", arrojando a las mujeres dentro de la familia la responsabilidad de las tareas de reproducción, permitió al capitalismo asegurar esta reproducción al menor costo.
Este fue un proceso desigual no sólo porque el crecimiento del capitalismo en sí mismo ha sido desigual, por lo que hoy vemos restos precapitalistas en algunas partes del mundo, sino porque, debido a razones económicas y políticas, se desarrollaron diferentes patrones en diferentes situaciones.
Cuando el capitalismo necesitaba que la masa de mujeres fuera parte de la fuerza laboral, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial y en el auge de la posguerra de los países capitalistas avanzados, se vio obligado, de diferentes maneras, dependiendo de la relación de fuerzas y la naturaleza precisa de la economía local, proporcionar algunos servicios a través del Estado: educación, atención médica, vivienda, cuidado de niñxs, etc. Este trabajo, visto como femenino porque corresponde al papel de la mujer en la familia, fue y es mal pagado y abrumadoramente realizado por mujeres, a menudo minorías étnicas y / o mujeres migrantes.
Pero a medida que el capitalismo entró en una profunda crisis económica, se vio obligado a atacar esos mismos servicios y derechos a través de la austeridad, mientras intentaba retener a las mujeres en la fuerza laboral, pero reducir aún más sus salarios y condiciones. Esto ha aumentado la carga sobre muchas mujeres, obligadas a hacer el trabajo que anteriormente el Estado había cubierto. La crisis ha llevado a muchas mujeres a salirse del mercado laboral o hacia un trabajo aún más precario. También se ha creado una demanda cada vez mayor de mujeres peor pagadas y más precarias, incluidas las inmigrantes indocumentadas, para hacer este trabajo y permitir que otras mujeres mantengan su lugar en el mercado laboral.
Las nuevas generaciones han podido beneficiarse de manera desigual pero combinada, de los logros del movimiento de mujeres y LGBTIQ de las olas anteriores: primero, en los derechos formales, cambios en los códigos de familia y jurídicos, el acceso de las mujeres a la educación y la salud, segundo en derechos y libertades sexuales y reproductivos, y tercero, en oportunidades en el mundo profesional, académico, cultural, político y mediático. En varios países, las tendencias feministas socialistas han luchado con éxito en y con el movimiento obrero para mejorar los derechos laborales.
Las mujeres trabajan en todas partes más que los hombres pero parte de su trabajo es invisible: las mujeres continúan representando más de las tres cuartas partes del trabajo de cuidado no remunerado
Aunque la diferencia con respecto a los hombres persiste, las mujeres acceden cada vez más al mercado laboral mundial: en todo el mundo, 4 de cada 10 trabajadores son mujeres. Este aumento se da en todas las regiones, aunque algunas, como el norte de África y Asia occidental, tienen un porcentaje menor (menos del 30%) que otras regiones del Sur global.
En todas partes es más probable que las mujeres se vean obligadas a trabajar a tiempo parcial, una tendencia que ha aumentado con la pandemia de Covid-19. Este subempleo puede alcanzar hasta la mitad del empleo femenino total. A nivel mundial, casi la mitad de todas las trabajadoras se encuentran en lo que la OIT llama "empleo vulnerable", particularmente en empresas agrícolas, artesanías y comercio. En el sur de Asia y África subsahariana, esto supera el 70%.
En general, el empleo se ha trasladado en los últimos veinte años de la agricultura a la industria y luego a los servicios, que ocupan a aproximadamente la mitad de la fuerza laboral.
Una cuarta parte de la fuerza laboral femenina del mundo todavía trabaja en la agricultura, que sigue siendo la principal fuente de empleo para las mujeres en el sur de Asia y África Subsahariana. En América Latina y El Caribe la feminización del campo es un fenómeno que se incrementa cada vez más. Tomando en cuenta que más del 60% de los productos que llegan a las ciudades son producidos por productores y productoras de la agricultura familiar y campesina, el rol de las mujeres es clave en la economía. Pero las políticas económicas favorecen a los sectores orientados a la exportación, en su mayoría hombres, a expensas de los cultivos alimentarios. Como las mujeres constituyen la mayoría de los pequeños agricultores del mundo, su situación sigue siendo frágil.
La presencia de mujeres en la industria ha disminuido desde 1995. En general, se concentran en sectores como el textil y la confección. En las zonas económicas especiales (zonas de libre comercio), las industrias de exportación emplean a una mayoría de mujeres, a menudo muy jóvenes, y combinan salarios bajos con falta de protección social, condiciones de trabajo dramáticas y violencia de género.
De 1995 a 2015, la proporción de mujeres que trabajan en los servicios se hizo predominante a escala mundial. Las mujeres en todas partes se concentran en ciertos sectores de actividad: comercio en países de ingresos medios, salud y educación en países de ingresos altos. En general, la alta presencia de mujeres se asocia con una alta frecuencia de trabajo a tiempo parcial y salarios relativamente bajos, especialmente en ventas, limpieza y restauración. Su sobrerrepresentación en salud, educación y trabajo social está directamente relacionada con los estereotipos de género que devalúan las competencias requeridas en estos campos.
Pero en términos más generales, la flexibilidad y las condiciones especiales de dificultad, incluida la capacidad de realizar una variedad de tareas y la participación emocional, requieren "cualidades típicamente femeninas" que dan forma a nuevas formas de servidumbre.
La brecha salarial entre mujeres y hombres, en un promedio global, se estima en 23%. Casi el 40% de las mujeres no se benefician de los regímenes de protección social debido a su trabajo: en el sector informal, no declarado, ocasional, en el hogar. Como resultado, 200 millones de mujeres que han alcanzado la edad de jubilación no tienen ninguna pensión. Un total del 70% de los pobres del mundo son mujeres.
Durante la pandemia, el uso masivo del teletrabajo, que reúne en un mismo lugar el trabajo doméstico, el trabajo remunerado y el hogar, está aumentando la carga física y mental de las mujeres. Muchas se ven obligadas a dimitir debido al agotamiento causado por el exceso de trabajo, son despedidas o se les impide trabajar, y por lo tanto se ven privadas de los medios para mantenerse de forma independiente.
Todavía no disponemos de suficientes estadísticas para evaluar plenamente lo que esto significa para el lugar que ocupa la mujer en el mercado laboral, pero podemos afirmar con certeza que las desigualdades existentes se han profundizado. La "feminización" del trabajo concierne a todxs lxs trabajadores: significa tanto una creciente participación numérica de las mujeres en el mercado laboral, como que, bajo el impacto de las políticas neoliberales, las condiciones características de la situación de las mujeres en el trabajo (precariedad, inestabilidad, vulnerabilidad, subempleo, falta de derechos y protección social, bajas tasas de sindicalización) tienden a extenderse a todo el proletariado.
La precariedad del empleo aumenta constantemente y representa casi la mitad del empleo total. También lo hace la participación de la economía informal, que afecta a más de seis de cada diez trabajadores.
Los límites entre el trabajo remunerado y el ocio tienden a desdibujarse, como en el trabajo reproductivo, (debe estar al servicio de los patrones las 24 horas del día), así como entre la vida personal y profesional. Se requiere el uso de capacidades y características feminizadas como una hermosa presencia, seducción, cuidado de la relación, empatía, multitarea al servicio de la empresa.
La violencia contra la mujer, construida socialmente y luego normalizada por el estado, goza de impunidad. Las muertes violentas ocurren en una compleja red de discriminación y explotación de mujeres, por género, y también por clase, etnia, situaciones de riesgo múltiple, marginalidad, inseguridad, militarización, migración, entre otras.
Más de un tercio de las mujeres del mundo experimentan violencia sexual o física en sus vidas. La mayoría de las mujeres asesinadas en un acto de violencia de género son asesinadas por una pareja o ex pareja. Hay una escalada de crímenes de género agravados desde la crisis de 2008, con destrucción de los servicios públicos y de protección social, aumento de las responsabilidades y tareas de cuidados hechas por las mujeres, reduciendo las oportunidades para escapar de la violencia, mientras que las políticas de austeridad reducen los fondos para centros y refugios para mujeres víctimas de violencia. La creciente independencia económica, psicológica y sexual de las mujeres jóvenes las convierte en objeto de "represalias" por parte de los miembros masculinos de sus familias. Crímenes de odio para "corregir" el comportamiento de mujeres, lesbianas, personas trans y heterosexuales que "traicionan" los códigos conservadores son legitimados por los formadores de opinión políticos y religiosos de derecha.
El feminicidio, hoy reconocido como una de las formas extremas de violencia de género, es el asesinato y la muerte de mujeres como resultado de diversas formas de violencia sólo porque son mujeres: física, sexual, psicológica, familiar, laboral, institucional. Esta forma de violencia comenzó a notarse en la década de 1980 y fue documentada en Ciudad Juárez en México a partir de 1993; luego fue trazada en todo el país y ahora se reconoce como un fenómeno global y regional en América Latina. El eslogan ¡Ni Una Más! acuñado por mujeres mexicanas, el eslogan Ni Una Menos de las mujeres argentinas 22 años después, hoy retomado en todo el mundo, es la evidencia palpable de la persistencia y el aumento de esta forma de violencia misógina y machista y de la impunidad y la violación. de los derechos humanos. Las mujeres de muchos países se organizan para buscar a sus hijas desaparecidas y exigir justicia estatal en casos de feminicidio. Al tomar el nombre de las víctimas, estas campañas a menudo se convierten en casos emblemáticos.
El movimiento #MeToo, que detonó en los Estados Unidos, ha tenido un impacto global. Las mujeres han denunciado públicamente el acoso sexual en diferentes ámbitos culturales, profesionales y sociales y el acoso en el trabajo, rompiendo así el silencio y al mismo tiempo mostrando los obstáculos que enfrentan al hacerlo, denuncian en un marco formal y defienden la legitimidad de la denuncia pública.
Una nueva generación de jóvenes feministas ha respondido y reaccionado a la violencia sexual en las universidades confrontando a las autoridades universitarias y exigiendo respuestas y mecanismos para enfrentar las agresiones sexuales.
En muchos países, las mujeres desaparecen para ser utilizadas como esclavas sexuales y para el trabajo forzoso por parte de las redes internacionales por el tráfico y del crimen organizado. En muchos conflictos, la violación se usa como arma de guerra. Persigue una variedad de motivos, desde la humillación de la comunidad hasta la limpieza étnica y el terror de las poblaciones civiles.
Las condiciones de migración de las mujeres las hacen más vulnerables a convertirse en víctimas de violencia sexual, desapariciones, prostitución, tráfico, extorsión, separación de sus familias (muchas viajan con niñxs), detención arbitraria, enfermedades, accidentes y feminicidios. Como a menudo son responsables de lxs niñxs que viajan con ellxs, se convierten en objetivos dobles y las dificultades aumentan porque su condición de personas trabajadoras indocumentadas hace que sea más difícil obtener empleo o servicios para ellxs y sus hijxs.
En las últimas dos décadas, bajo la presión del movimiento feminista que exige que el Estado asuma la responsabilidad y establezca nuevos marcos legales para enfrentar la violencia, muchos países han introducido legislación y políticas públicas para enfrentar la desigualdad y abordar la violencia contra las mujeres y el feminicidio. Sin embargo, en la práctica no han podido totalmente financiada o ejecutada, mucho menos erradicar la violencia con la acción del gobierno contradiciendo su discurso. Por el contrario, aumenta a la vez que se hace más visible a través de la energía y la determinación de las mujeres al denunciarlo.
Los obstáculos que enfrentan las mujeres que experimentan violencia al acceder a la justicia están relacionados con la discriminación de género, los prejuicios de inferioridad de las mujeres y los estereotipos que sostienen una cultura e ideología sistémicas. Las mujeres activistas, defensoras de los derechos humanos, feministas que luchan por la defensa de las mujeres víctimas de violencia enfrentan hostilidad y amenazas, son criminalizadas y, en algunos casos, forzadas al exilio.
Las mujeres siempre han participado activamente en movimientos que desafían el orden establecido, las revueltas por el pan (o su equivalente), las batallas contra la explotación y las tiranías. Pero es en las últimas décadas que las mujeres como sujetos políticos han emergido claramente a la vanguardia de las movilizaciones de todo tipo. Desde las batallas por la defensa ambiental y territorial, lideradas por mujeres campesinas e indígenas, pero también dentro de los movimientos urbanos, contra la acción depredadora y devastadora de las multinacionales en cuestiones de tierra y agua; en las luchas por los derechos humanos y contra la represión estatal y paramilitar, las movilizaciones contra el racismo y la criminalización y exclusión de los migrantes.
Solo por nombrar algunos: Máxima Acuña y su batalla contra la minería en Perú; Berta Cáceres, activista ecologista y de los derechos humanos en Honduras; Alaa Salaah, líder de la revuelta democrática en Sudán; Alicia Garza, Patrisse Culors, and Opal Tometi de Las vidas negras importan en los Estados Unidos; Greta Thunberg en el movimiento global juvenil contra el cambio climático; Dayamani Barla, Jharkhand, India, liderando una movilización masiva contra la mayor empresa siderúrgica del mundo ArcelorMittal, el Consejo Pastoral de Mujeres Masai en Loliondo, que lidera las luchas por la tierra; y Mujeres Unidas y Activas (MUA), una organización de base de mujeres inmigrantes latinas en la Bahía de San Francisco que desempeñó un papel clave en la aprobación en 2013 de la ley sobre los derechos de las trabajadoras domésticas.
Las mujeres lideran la resistencia comunitaria, como la marcha de las mujeres que exige la protección de la tierra, la salud y la educación que pertenecen a más de 100 pueblos indígenas en Brasil, o el papel principal de las mujeres indígenas en el Ecuador, indignadas por las medidas económicas que buscaban terminar con los subsidios al combustible, impactando sus vidas cotidianas. Las mujeres de las Primeras Naciones canadienses y las mujeres nativas americanas en Estados Unidos que han logrado detener la explotación de los recursos naturales en sus territorios.
Las jóvenes y estudiantes en Chile, que han sido parte de una impresionante revuelta que develó que el país que se presentaba como el modelo neoliberal a seguir en la región, era una falacia total al revocar la constitución de Pinochet. La 8M Coordinadora Feminista en particular a través de su organización de asambleas y su desarrollo de un programa feminista fue fundamental en el proceso.
En la región de Medio Oriente y Norte de África, las mujeres que lideran los movimientos contra las tiranías y la descomposición social se ven obligadas a librar la batalla ideológica contra el fundamentalismo religioso que impregna la sociedad y el aparato estatal.
En Brasil y los Estados Unidos, las mujeres han estado al frente de las protestas contra el desastroso manejo de la pandemia por parte de sus gobiernos, encabezados por los presidentes machistas y autoritarios Bolsonaro y Trump.
En dos países del antiguo bloque soviético, las mujeres están dirigiendo la lucha de las masas populares contra los regímenes autocráticos y corruptos. En Polonia, movilizaron a millones de personas desafiando el ya limitado derecho al aborto, creando el espacio para un trascenso democrático general de las demandas. En Belarús, están a la vanguardia de las luchas populares para que se respeten los resultados de la votación y para expulsar al gobierno usurpador.
El nuevo auge feminista y el creciente papel importante de las mujeres en los movimientos sociales han permitido la aparición de un nuevo tipo de figuras políticas femeninas. La elección de Ada Colau y nuestra compañera Teresa Rodríguez en el Estado español, los nuevos oradores (no blancos) de la izquierda del DP en EE. UU. Como Alexandria Ocasio Cortez y Rashida Tlahib, o Marielle Franco y su compañera Mónica Benicio en Brasil, son algunos ejemplos.
Por lo tanto, nos enfrentamos a un notable fenómeno de creciente protagonismo de las mujeres en el movimiento social y político, entrando plenamente en el proceso político nacional, que resisten el empobrecimiento de amplios sectores de la población provocado por las políticas neoliberales. Vemos que estas son en realidad luchas vinculadas a la cuestión de la defensa de la vida, de la reproducción social en el sentido ecológico, económico, social, cultural y, a veces, espiritual. Estas luchas van de la mano con una mayor conciencia entre los protagonistas de la desigualdad de género y la violencia patriarcal predominantes en su propio entorno y en la sociedad en general.
Durante la ola anterior del movimiento de mujeres se llevó a cabo cierta coordinación internacional. A fines de la década de 1970, se fundó la Campaña Internacional por los Derechos al Aborto, que evolucionó y se convirtió en la Red Global de Derechos Reproductivos de las Mujeres, aún activa. El primero de los Encuentros feministas bianuales latinoamericanos y caribeños en curso se celebró en Colombia en 1981. Esa conferencia decidió conmemorar el 25 de noviembre como un día contra la violencia contra las mujeres, esto fue adoptado en 1995 por la ONU como el Día Internacional para la Eliminación de La violencia contra las mujeres.
La Marcha Mundial de las Mujeres contra la Pobreza y la Violencia nació en 1998 a raíz de la Conferencia de Mujeres de la ONU en Beijing en 1995, e inspirada en las manifestaciones de las mujeres en Quebec, Canadá, en este mismo año pero se dirigió a las mujeres de base y a la acción callejera con 17 reclamaciones y propuestas para la eliminación de la pobreza y de la violencia en contra de las mujeres. Tuvo cierto éxito durante el período de los Foros Sociales y todavía existe en algunos países.
Estos intentos de coordinación internacional coincidieron con momentos del surgimiento de movimientos sociales aspiracionales a nivel internacional y sufrieron el mismo declive que esos movimientos. Sin embargo, a pesar de los aspectos negativos de la ONGización, estas estructuras han permitido que continúe una cierta coordinación internacional. Ha habido reuniones internacionales de mujeres rurales sobre el tema de la soberanía alimentaria (Nyeleni - Mali 2007); y se ha desarrollado el creciente posicionamiento feminista de Vía Campesina, la principal red campesina internacional.
Al mismo tiempo, todas las revueltas sociales o revoluciones que han estallado en las últimas décadas han visto una fuerte participación de mujeres que han desarrollado su propio marco para el análisis y la acción dentro de sus movimientos: desde la ley de mujeres en el movimiento zapatista hasta la presencia de mujeres en los movimientos de la Plaza Tahiri, Occupy, 15M, en la "primavera árabe" y, por último, pero no menos importante, el sorprendente ejemplo de mujeres combatientes kurdas.
En todos estos movimientos, ya no se trata de priorizar las luchas, anticoloniales, anticapitalistas, democráticas, antirracistas y antipatriarcales, sino, por el contrario, empieza a surgir claramente un feminismo interseccional que aborda toda opresión de manera combinada.
Mientras tanto, en los países altamente industrializados que habían experimentado un cierto grado de estado de bienestar durante el auge de la posguerra, el feminismo liberal y reformista ha surgido como un subproducto de la segunda ola del feminismo.
El feminismo reformista se caracteriza por la incorporación de demandas feministas y, a menudo, activistas en partidos socialdemócratas y otros partidos reformistas, especialmente cuando están en el gobierno local o nacional, adoptando políticas y otorgando fondos para proyectos inspirados por el movimiento de mujeres pero con poco o ninguna autoorganización. Los planes de austeridad dejan poco espacio para este tipo de feminismo.
El feminismo liberal se centra en la feminización de las empresas, las administraciones y la cultura dominante, sin cuestionar su clase y carácter racial, y por el contrario actúa como una coartada para la explotación de otras clases sociales: inmigrantes, racializadas, pobres. Este feminismo burgués liberal ha trabajado como freno para las nuevas generaciones y otras capas de mujeres no privilegiadas que se identifican con el feminismo. Condujo a muchas ilusiones sobre la idea de la integración gradual de las mujeres, ¿de qué mujeres? - en los órganos de gobierno, rompiendo el famoso "techo de cristal".
En el Sur global se ha desarrollado el fenómeno de la “ONGización”, es decir, el condicionamiento y la neutralización progresiva de los movimientos de mujeres dentro de las ONG y en el marco de las reuniones de la ONU, financiadas y profesionalizadas por ellas en detrimento de su radicalidad y autogestión.
Dado el empeoramiento de las condiciones de vida y la precariedad después de la crisis de 2008, en contraste con estas ilusiones gradualistas, los movimientos nacidos en la década de 2010 se han desarrollado en clara oposición a estos enfoques.
El resurgimiento de una corriente de feminismo basada en el determinismo biológico y más visible en las campañas reaccionarias para restringir los derechos de las mujeres trans a los espacios públicos es otro obstáculo problemático.
El ciclo actual de movilizaciones tiene sus propias características, derivadas del contexto en el que está ocurriendo. Por un lado, encontramos preguntas que son específicas del período histórico (de la crisis de la izquierda, de los sujetos políticos, del invidualismo neoliberal que se arrastra en todas las esferas, de la desconfianza hacia lo político, de la pérdida y el reencuentro con la estrategia, etc.,) y, por otro lado, nos encontramos con nuestras propias formas de lucha, con una nueva gramática del movimiento feminista. Partimos de la idea de que en este momento el movimiento feminista es un movimiento creativo que puede promover nuevos debates y nuevas herramientas para cambiar el mundo.
Las movilizaciones se han extendido por todo el planeta, adquiriendo mayor resonancia en América Latina y la periferia de Europa. Argentina, Brasil, España y recientemente México lideran estas movilizaciones que se han extendido y se están extendiendo a otros lugares. Las enormes protestas por el derecho al aborto en Polonia en 2020 - que comenzó de nuevo en 2021 - tras los intentos del gobierno polaco de criminalizar casi por completo el derecho de la mujer a elegir también forman parte del mismo desarrollo. La histórica victoria de las mujeres argentinas en la legalización del aborto a finales de 2020 es un motivo importante de celebración en todo el mundo. La lucha por el derecho al propio cuerpo, por el derecho a decidir y la legalizacion del aborto, así como la lucha contra la violencia machistay en particular contra el feminicidio y la violencia sexual, han sido los ejes principales de la movilización.
La huelga feminista se ha convertido en un eje articulador central del movimiento feminista a nivel internacional, extendiéndose a todo el planeta, pero lo más importante es entender cómo esta huelga feminista se conecta con un momento en el que las mujeres están en la primera línea, como vanguardia de las luchas contra las políticas neoliberales, y entender que estas luchas tienen su propia forma en cada país. En los Estados Unidos, se ha articulado en torno al rechazo de Trump. En el norte de África y la región árabe, el papel que juegan las mujeres en las movilizaciones sociales y políticas es innegable.
La lucha contra la violencia machista también ha logrado articular el movimiento a nivel internacional, creando vínculos, desde América Latina hasta India, África y Europa. Aunque se destacan iniciativas como #MeToo debido a la cobertura obtenida de los medios, esta identificación con otros y el enfoque en la violencia sexual ha ido más allá de estas iniciativas, en una actividad continua para hacer visible, denunciar y autoorganizarse ante tal violencia.
También es importante dar a conocer internacionalmente otras formas de resistencia que no utilizan la huelga: levantamientos, ocupaciones pacíficas y luchas culturales.
La irrupción de las mujeres jóvenes en las movilizaciones está creciendo y estas nuevas generaciones traen consigo una nueva forma de entender el feminismo y el trabajo político, a partir de su propia experiencia personal de violencia machista diaria. En muchos casos, esta irrupción acompaña un desafío a la hegemonía del feminismo institucional dado que las movilizaciones surgen de una crisis de las respuestas dadas por ese feminismo a los problemas y necesidades de las mujeres.
Esto a partir de lo personal no es nuevo en el movimiento feminista, donde lo personal siempre ha sido político, pero se conecta a cómo las generaciones más jóvenes se relacionan con la política y se construyen como sujetos, cómo reafirman su identidad personal y colectiva, lo que exigen de los espacios de autoorganización del movimiento, construir espacios de apoyo mutuo feminista, etc. Todo esto expresa la necesidad de un sujeto feminista que responda a los desafíos actuales, que incorpore estas demandas, que se cuestione a sí misma, que reinvente ella misma, etc. También implica la necesidad de forjar una expresión política colectiva de la renovada rebelión de las mujeres, lo que implica que el movimiento necesita estructuras y espacios para que las mujeres debatan democráticamente sobre cómo construirlo, cómo promulgar eficazmente el cambio y atraer a un número cada vez mayor de mujeres. Cuando estos espacios no existen, o se limitan al ámbito académico, por ejemplo, las posibilidades de crear un pensamiento verdaderamente estratégico son limitadas.
Esta atención a lo personal se expresa en renovado y reforzado preocupaciones como la necesidad de cuidados en espacios de autoorganización, en el cuidado de los detalles que tienen que ver con la toma de decisiones y la forma de debatir, de construir espacios inclusivos y participativos, etc. y también con lo que nos concierne: la relevancia de los aspectos afectivo-sexuales, de las identidades de género, de la expresión de nuestra forma de vivir nuestra identidad, de la necesidad de valorar nuestra vida cotidiana, de repensar la forma en que nos relacionamos entre nosotros , etc., en la última instancia de poner nuestras vidas en el centro, de la importancia del afecto, del cuidado. Debates sobre la maternidad, sobre todo lo que tiene que ver con nuestros cuerpos y sexualidad, sobre cómo usamos nuestro tiempo, etc. Estas reflexiones pueden llevar a una polarización sobre la experiencia y la reacción individuales más que sobre la identificación y la acción colectivas, pero en otras ocasiones ayudan a poner en primer plano cuestiones que han estado presentes, pero no demasiado destacadas, en el feminismo y generalmente ausentes en otros movimientos sociales y políticos.
Nuevos sujetos han irrumpido en la escena social y política, provocando la determinación de incluir y dar visibilidad a estos sujetos hasta ahora invisibles incorporando el problema racial y étnico junto con sexualidad e identidad de género, así como otros problemas como discapacidad, enfermedad mental, ancianos, rural o ciudad, etc.
El papel de las mujeres, en particular de las jóvenes, dentro del movimiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) ha sido muy notable, así como las movilizaciones específicas que afirman que los Black Trans Lives Matter (Las Vidas Negras Trans Importan).
El movimiento de ayuda mutua, dirigido mayoritariamente por mujeres, opera sobre los principios de autocuidado para el cuidado mutuo que las feministas, principalmente las nuevas generaciones de feministas, las campesinas, indígenas y otras que se organizan en sus territorios, han valorado anteriormente. Promueven principios conscientes de antidiscriminación y resistencia colectiva. En el contexto del desafío a la institucionalización de secciones del movimiento, el lema de “la solidaridad y no de la caridad” es clave.
Algunos sindicatos más nuevos o más radicales han intensificado su organización en los sectores “esenciales” cuya devaluación se ha puesto de manifiesto durante la pandemia, y han reclutado ampliamente y construido nuevas estructuras. Se han obtenido algunas victorias pequeñas pero simbólicas en el contexto de que, en general, la clase dirigente ha logrado que la clase trabajadora – en particular sus miembros de raza y mujeres – pague el precio de la pandemia. Esta organización también desafía el hecho de que los partidos tradicionales están felices de dar a los trabajadores de estos sectores feminizados y racializados gestos vacíos de apoyo, pero no exigen en absoluto que reciban el apoyo material que su contribución al bienestar colectivo merece, ya sea en términos de salario o condiciones de trabajo.
La huelga feminista aparece como el nuevo método de lucha de este ciclo de movilizaciones en muchos países, no solo por su poder de articulación sino fundamentalmente por lo que implica cuestionar y ampliar la huelga como herramienta de lucha. La huelga feminista rompe la división entre lo productivo y lo reproductivo, señalando las conexiones entre los dos y poniendo el énfasis especialmente en la esfera reproductiva como una estrategia para poner la vida en el centro.
La huelga clásica nunca ha estado carente del aspecto reproductivo: para mantener una huelga se requieren provisiones, en una huelga general insurreccional se necesita articular mecanismos de suministro, de reproducción de la vida, y organizar la vida de otra manera. Las luchas prolongadas, como la huelga de los mineros británicos de 1984-5, que también vio la autoorganización de mujeres de esas comunidades para apoyar la huelga, revelan en parte muchos de estos problemas. Ese potencial de la huelga para construir un poder alternativo, para constituir una sociedad paralela con formas de organización de lxs trabajadores en todas y cada una de las esferas de la vida, incluye gran parte de esa dimensión de reproducción. Sin embargo, nunca ha sido reconocido como tal.
La huelga feminista repiensa la huelga como una herramienta que incorpora no sólo lo que hasta ahora era invisible, sino también pone sobre la mesa lo que ha sido elaborado por el movimiento feminista.
La iniciativa de la huelga internacional de mujeres en 2017 representó una nueva propuesta para la articulación internacional, concretándose en la huelga masiva de 6 millones en 2018 en el Estado español, huelgas en Italia, Bélgica y Suiza organizadas por el movimiento de mujeres con los sindicatos, tras las huelgas de 2016 en Argentina contra la violencia de género y en Polonia sobre el derecho al aborto. Las mujeres no se organizan en torno a la propuesta de huelga en todos los contextos. Tienen expresiones organizativas muy diversas, en algunos países con un fuerte arraigo en las demandas y luchas de las comunidades y nacionalidades indígenas.
Lo que denominamos “las experiencias del lugar” es una forma de subrayar cómo las mujeres se organizan en sus territorios urbanos y rurales, construyendo luchas comunes importantes para los procesos de resistencia en contra de los ataques a los derechos. Esto crea condiciones materiales para mantenerse vivas, y aún para sobrevivir a la pandemia, ya que algunos gobiernos no se responsabilizan por la población más pobre. Hay diferentes experiencias en varios lugares donde las mujeres son las dirigentes y protagonistas, principalmente en el Sur Global, pero también en las periferias de las ciudades de los países centrales del capitalismo. Ahí es donde surge el poder popular a través del trabajo comunitario, auto organizado y solidario, a partir de colectivos de trabajadoras y trabajadores que viven una situación de precarización y desempleo. de mujeres y jóvenes de las periferias, de la agricultura campesina y ecológica, de las escuelas públicas, de profesoras en lucha.
Las experiencias vividas, sentidas, reflejadas y transformadas se encuentran en los más de 500 años de resistencia a la invasión colonial que viola los territorios del planeta y de los cuerpos dominados. Se puede encontrarlas en las sabidurías y culturas ancestrales, en las memorias de las sujetas colectivas en lucha. Tienen un lugar importante en la superación de las situaciones límites. Todas son relevantes para construir otra sociedad: cepillando la historia a contrapelo, identificando la experiencia que importa y haciendo, en estos lugares, la transformación para la vida de las mujeres, a partir de los cambios en los territorios donde viven ellas, donde organizan sus luchas y su resistencia. La experiencia del lugar muestra la importancia del lugar de las experiencias de este feminismo popular que se está desarrollando en el mundo y su rol actual.
Las contribuciones del ecofeminismo anticapitalista y la economía feminista teorizan cómo el capital choca con la vida y cómo desde el feminismo, al reorganizar los tiempos y los trabajos, es posible romper con esa lógica y cuestionar el sistema (o conjunto de sistemas de opresión), proponiendo otro forma de relacionarnos con la naturaleza y satisfacer nuestras necesidades vitales. Esto rechaza la ecuación hecha por el ecofeminismo "clásico" o "esencialista" de que las mujeres tienen una relación especial con la naturaleza porque dan a luz. La forma en que el capitalismo ha respondido históricamente a su necesidad de garantizar su reproducción como sistema hace que las mujeres sean más conscientes de las necesidades de la vida y de los límites y bases materiales, incluyendo sus territorios.
La teoría de la reproducción social se desarrolla en este punto; la necesidad que tiene el capitalismo sobre el trabajo reproductivo. Se desarrolló a partir del trabajo de las feministas marxistas sobre el vínculo entre el trabajo no remunerado en el hogar, necesario para la reproducción del sistema capitalista y de la sociedad, realizado mayoritariamente por mujeres, y la posición de las mujeres en el propio mercado laboral concentrado en sectores que reflejan el papel de las mujeres en la familia.
La interseccionalidad – como comprensión de que la experiencia de múltiples opresiones no es una simple suma – también ha reforzado nuestro análisis marxista.
Los debates en torno a los Nuevos Acuerdos Verdes y la necesidad de crear muchos más trabajos bien remunerados en todo el sector de cuidados se han extendido mucho más entre los círculos de activistas.
El trabajo, el tiempo, el cuerpo, la tierra y la naturaleza se convierten así en los elementos centrales de las teorías que se están elaborando actualmente, a partir de lo que se ha aprendido al estar en la primera fila y sufrir ataques neoliberales (precarización de la vida, privatizaciones, depredación ambiental) y desde un esfuerzo teórico para extender la crítica del capitalismo, a la acumulación de capital, a la dimensión reproductiva.
En los últimos años ha habido un cambio sustancial en el papel del movimiento internacional de mujeres. En la actualidad, ya no puede entenderse solo como una cuestión sectorial (demandas y propuestas que afectan a una parte específica de la población), sino que se intenta expresar una cierta totalidad. Como feministas y marxistas necesitamos analizar este cambio, darle la importancia correcta y reajustar nuestra comprensión estratégica del movimiento feminista.
Las consecuencias inmediatas del proceso de recuperación capitalista de la crisis de de los años 2007 y 2008 son dobles: la generalización y agravamiento de las condiciones de vida precarias, que afectan a cada vez más personas, y en situaciones más severas, reduciendo el margen entre precariedad y exclusión; y la aparición de una crisis de reproducción social en los países del Norte global similar a la que ya existía en los países del Sur, vinculada a un fenómeno de "periferia del centro". Son las mujeres quienes han soportado la crisis y han tejido las redes de seguridad de último recurso, en muchos casos a costa de su propio agotamiento y la limitación de por vida de sus oportunidades para desarrollarse como seres plenos y autónomos. Es en estos márgenes, en los espacios vinculados a la reproducción social y la sostenibilidad cada vez más precaria de la vida, donde se están llevando a cabo las principales batallas y se está articulando un nuevo ciclo de luchas.
Hablamos, por lo tanto, no solo del surgimiento del movimiento feminista, sino también del fenómeno de "feminización de la protesta". En términos generales, y esto es aún más cierto desde el comienzo de la pandemia, hay cinco campos en los que las mujeres encabezan y protagonizan las luchas y resistencias: por los servicios públicos (y, en Europa, contra el desmantelamiento de los estados de bienestar); para una vivienda digna; por la soberanía alimentaria y por el derecho al territorio y al agua (que se han cruzado en los últimos meses con los nuevos movimientos por la justicia climática y contra el extractivismo); para la mejora de las condiciones de trabajo y la obtención de derechos en lo que hasta ahora eran los "márgenes del mercado laboral" pero que en la fase actual de la crisis capitalista se están expandiendo y constituyen cada vez más la norma (sectores precarios, informales, cero horas , desplazados geográficos, etc. Así como en trabajos reproductivos y resistencias a los nuevos neoliberalismos, la lucha contra las deudas ilegítimas, especialmente los microcréditos abusivos, que movilizan a las mujeres más pobres. Sin embargo, la pandemia ha puesto especiales barreras a la capacidad de organización de las mujeres rurales del Sur global.
Las consecuencias de que esto suceda junto con la consolidación del movimiento feminista como un vector movilizador fundamental en muchos países, capaces de estallar en momentos de fuerte reflujo y disolución de los lazos sociales con implicaciones profundamente anticapitalistas, son múltiples. Una de las principales es que la dinámica de la movilización permanente y la creación de redes han convertido al feminismo en una escuela de educación activista para muchas mujeres, que rápidamente se politizan y pueden intervenir en otros campos, generando referencias femeninas y mujeres fuertes que ejercen diversos modelos de liderazgo. Por otro lado, vale la pena destacar la articulación de demandas concretas y luchas que no son estrictamente feministas sino mucho más globales: contra las fronteras como espacios para masacres sistemáticas, contra la destrucción de la tierra por la agricultura industrial, particularmente la ganadería y las multinacionales extractivistas, en defensa de las libertades civiles contra los gobiernos de extrema derecha o autoritarios, de respuesta y resistencia a las políticas de ajuste estructural, etc. El programa de la huelga internacional de mujeres en los diferentes países da una buena idea de esto.
Estamos de acuerdo con la intuición, cada vez más extendida dentro del movimiento de mujeres, de que las perspectivas feministas son un punto de vista privilegiado para analizar las condiciones de la explotación contemporánea. Podríamos agregar que también constituyen un punto de vista privilegiado para experimentar con nuevas formas de organización y lucha. Lo cierto es que todo lo analizado hasta ahora tiene importantes consecuencias estratégicas. Por lo tanto, sostenemos que las huelgas feministas y las huelgas de las mujeres pueden considerarse una experiencia central al pensar en la organización, no solo de las mujeres, sino del grueso de la clase trabajadora. Y, por otro lado, la forma en que se articulan las movilizaciones feministas por el derecho al aborto o contra el feminicidio y la violencia machista abre todo un campo de confrontación directa con el estado, de clase y sus instituciones: la justicia, el ejército, las autoridades religiosas, etc.
Este proceso de democratización de la herramienta de la huelga probablemente tenga consecuencias a largo plazo: romper con el monopolio de las burocracias sindicales sobre la legitimidad de convocar huelgas. Las movilizaciones del 8 de marzo de 2018, 2019 y 2020 han permitido que una capa significativa de trabajadores organice una huelga, en muchos casos por primera vez en sus vidas. La autoconfianza, el empoderamiento, la experiencia acumulada y las redes establecidas por miles de mujeres pueden significar un salto cualitativo para toda la clase que solo puede evaluarse con el paso del tiempo. El otro elemento de la democratización es la organización de la huelga en sectores tradicionalmente olvidados por el sindicalismo de la concertación, como la atención o el consumo, que sin embargo fueron importantes en el movimiento obrero de principios del siglo XX: las huelgas por el alto costo de Vivir o los alquileres son un buen ejemplo. En este sentido, la democratización de la huelga nos permite experimentar esta herramienta al margen del mercado laboral que mencionamos anteriormente, y refuerza la idea de que estas actividades también son, y sobre todo, trabajo.
El uso de la herramienta de la huelga, la centralidad de las luchas por la reproducción social, la aspiración a comprender los procesos de producción y reproducción como un todo integrado, y su funcionamiento como un vector de politización y radicalización de las masas, hacen de este nuevo movimiento feminista en sí mismo un proceso de subjetivación de clase. A escala global, el movimiento feminista está redefiniendo antagonismos y convirtiéndose en una lucha de clases feminista. El potencial de las mujeres para cumplir este papel en el momento histórico actual no depende de ninguna identidad esencial, sino que comienza con el papel de las mujeres en el proceso de reproducción social, lo que hace que los intereses de las mujeres coincidan con los intereses de la humanidad tan pronto como expresen derechos para todas las mujeres y no sólo para una capa privilegiada.
Esto no significa que hasta ahora el feminismo no se haya relacionado con la lucha de clases, ni que el marxismo y el feminismo se hayan convertido en una sola cosa, anulando la autonomía de este último. Más bien, en el contexto actual de crisis capitalista, las formas históricamente concretas de reproducción del capital contradicen la sostenibilidad social de la vida en más y más regiones del mundo y son incompatibles con las demandas feministas básicas, lo que hace que cualquier conciencia feminista termine confrontando los pilares de la acumulación capitalista.
Reflexionando sobre cómo el feminismo está permitiendo el redescubrimiento de eslóganes como la distribución de trabajos, esta vez en plural, la reducción drástica de tiempo de trabajo vinculada a la socialización del trabajo reproductivo, repensar qué trabajos son socialmente necesarios y qué actividades económicas deberían cesar porque son destructivos para las personas o el planeta, etc., es uno de los desafíos estratégicos del momento. Ante la irracionalidad capitalista y el desperdicio de recursos y energía humana que genera, debemos proponer una reorganización del trabajo en una dirección ecosocial y feminista. Esta es una tarea fundamental en la fase en la que nos encontramos. Los procesos de acumulación y la crisis del gobierno neoliberal han abierto un nuevo ciclo virulento y, en muchos casos, violentos, que busca redefinir los mecanismos de explotación, dominación y opresión. Discutir que la redefinición será clave para su resultado.
Defendemos la construcción de un amplio movimiento incluyente de masas y luchamos por preservar la unidad más amplia posible. Sin embargo, esto no implica que no luchemos por una orientación política para el movimiento.
Si bien las demandas fundamentales de los derechos de las mujeres son de interés para todas las mujeres, garantizar que se conviertan en una realidad para todas las mujeres significa que debemos prestar atención a las demandas de los fondos y recursos necesarios para que se conviertan en una realidad incluso para las mujeres y LGBTIQ más necesitadas y marginadas. Por lo tanto, mientras luchamos, por ejemplo, para obtener ganancias legales en relación con el derecho al aborto contra la esterilización forzada, especialmente de mujeres negras, indígenas y discapacitadas, o por justicia para las mujeres víctimas de violencia, también tenemos que luchar por recursos para los servicios de salud, legales y de asesoramiento que ayudan a las mujeres y LGBTIQ a acceder a estos. También tenemos que luchar por el derecho no discriminatorio de acceder a dichos servicios, sin discriminación alguna contra las mujeres por razones de estatus legal, recursos, antecedentes étnicos o migrantes, sexualidad o identidad de género. Debemos luchar junto a las mujeres víctimas del abuso de los microcréditos y de todas las formas de agiotaje o usura.
Por lo tanto, luchamos para garantizar que el movimiento en su conjunto defienda las demandas que provienen de los grupos más marginados, así como el comportamiento discriminatorio opuesto dentro del mismo movimiento. Apoyamos la autoorganización de las poblaciones de mujeres discriminadas como condición para un movimiento concreto unitario y universalista.
Al mismo tiempo, luchamos para demostrar en la práctica que el sistema actual es incapaz de satisfacer realmente las demandas de las mujeres, de modo que la organización de las mujeres es un proceso continuo de politización y radicalización.
Este proceso de politización y radicalización también se ve reforzado por la experiencia de la autoorganización de base, ya sea en los barrios, las zonas rurales, los lugares de trabajo o los lugares de estudio. Por lo tanto, hacemos hincapié en la acción colectiva, organizada por las interesadas.
Cuando las campañas son lanzadas por pequeños grupos o colectivos de mujeres feministas, luchamos para dirigirlas hacia la masa de mujeres en los barrios, los lugares de trabajo, etc., popularizando las demandas utilizando los medios apropiados para llegar (folletos, teatro callejero, flashmob, debates abiertos), peticiones, redes sociales) y proponer acciones (piquetes, manifestaciones, etc.) que estén abiertas y fomenten la participación de todas las mujeres.
No apoyamos ni organizamos acciones vanguardistas violentas que tiendan a excluir y alienar a la mayoría de las mujeres y les impidan participar en el movimiento de masas, aunque tampoco apoyamos que sean reprimidas por el Estado. Cuando es necesario el contacto con las instituciones, luchamos para que los representantes sean elegidos democráticamente y para que sean responsables a través de la presentación de informes en un foro democrático a las mujeres involucradas.
La propuesta de la huelga feminista y de mujeres permite una orientación de acción masiva para alcanzar a y dialogar con todas las mujeres, aquellas en los lugares de trabajo, en el sector informal, en el hogar, tocando todos los aspectos de la vida de las mujeres en el trabajo productivo y reproductivo. Hacemos un llamado a los hombres para que apoyen la huelga de las mujeres, asumiendo, al menos para el 8 de marzo, el trabajo invisible de cuidado para que sus parejas, amigos y colegas no se limiten en su participación a todas las acciones planificadas durante ese día. En los lugares de trabajo eso significa participar en la huelga para poder hacerlo. Como marxistas revolucionarios, también explicamos, y esperamos mostrar en la práctica, el peso de la acción colectiva en los lugares de trabajo en la lucha para construir una relación favorable de fuerzas.
En un mundo donde nuestros oponentes, el sistema capitalista, las crecientes fuerzas autoritarias, de extrema derecha y fundamentalistas, los destructores climáticos multinacionales, están organizados internacionalmente, el movimiento de mujeres también debe construir y fortalecer sus vínculos internacionales.
La falta de estructuras formales, aunque puede ser una fuerza de un movimiento radical, hace que la coordinación internacional, que requiere dinero y recursos, sea difícil de lograr, por lo que construir una verdadera coordinación internacional entre los movimientos radicales y autoorganizados que se desarrollan hoy en día sigue siendo una tarea a lograr. Como corriente internacional, debemos estar a la vanguardia de la construcción de vínculos y la promoción de todas las oportunidades para la coordinación internacional.
No debemos caer en la trampa de hacer un catálogo de movimientos como si el movimiento de mujeres estuviera separado y desconectado del movimiento de trabajadores, el movimiento climático, el movimiento por la paz, los procesos revolucionarios en marcha en Argelia y Sudán, movimientos contra el racismo y más. Las mujeres están a la vanguardia de estos movimientos y dentro de ellos están planteando la cuestión del lugar de las mujeres, por ejemplo, desafiando la violencia sexual utilizada contra las mujeres.
Es necesario en el movimiento de mujeres, así como en todos los demás movimientos, establecer vínculos entre quienes comparten la misma aspiración: cambiar la sociedad para que se organice en interés de muchxs y no de unxs pocxs. Esto significa señalar cómo el cambio climático, cómo las políticas racistas y migratorias, cómo las guerras imperialistas, cómo las políticas de austeridad, cómo la negación de los derechos democráticos y de lxs trabajadores, cómo la discriminación y la violencia contra las personas LGBTIQ afectan a las mujeres de manera particular y particularmente severa y buscar involucrar al movimiento de mujeres o secciones del mismo en sus acciones.
También significa luchar en otros movimientos, y en particular en el movimiento obrero organizado, y de una manera diferente en el movimiento LGBTIQ, para mostrar que las demandas específicas de las mujeres también son demandas de esos movimientos. Apoyamos la organización autónoma de las mujeres (en diversas formas) dentro del conjunto de las luchas y organizaciones sociales, sindicales y políticas como condición para las luchas mixtas igualitarias
El trabajo de liberación de la mujer no es simplemente un sector de trabajo en sí mismo, sino algo que debe influir en todas las demás áreas de nuestro trabajo y en toda nuestra organización. Debería haber una colaboración especialmente estrecha con la comisión de LGBTIQ, así como con las comisiones antirracista y de ecología y cambio climático.
Aunque podemos afirmar legítimamente haber estado a la vanguardia de lxs marxistas revolucionarixs al tomar en serio la cuestión de las mujeres – a partir de nuestra resolución de 1979, nuestras resoluciones de 1991, incluidas sobre las mujeres en el partido, y las contribuciones posteriores – este ha sido el resultado muy a menudo de un esfuerzo voluntario de un pequeño número de camaradas.
Nuestro trabajo como mujeres debe continuar siendo organizado a nivel internacional combinando la coordinación regional (continental) con la coordinación internacional y un fuerte vínculo con los organismos de liderazgo internacional, a través de la Comisión de Mujeres del CI, seminarios regulares para mujeres y otras formas apropiadas. Esto debe reflejar el trabajo organizado a nivel nacional.
Nuestra historia nos ha demostrado que sin organismos específicos para organizar nuestro trabajo de mujeres éste tiende a disminuir junto con la disminución de la fuerza del movimiento. Nuestro compromiso con la importancia de la liberación de las mujeres en un programa para un futuro socialista debe coincidir con nuestro compromiso de continuar con la actividad política y la educación dentro de nuestras propias filas en la cuestión.
24 de febrero 2021
Resolución adoptada (53 a favor, 3 NV) por el Comité Internacional de la Cuarta Internacional